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Los mejores vinos de pequeños productores de España - Vol. 2

  • Irene S. y Julián Acebes
  • hace 2 horas
  • 8 Min. de lectura

Bodegas Gallego Zapatero (Mejores vinos de pequeños productores España 2025) - GastroMadrid (3)

© Bodegas Gallego Zapatero


El vino también se escucha. En el murmullo de una fermentación lenta, en el crujido de la poda invernal, en el silencio de una barrica que guarda el tiempo. En este segundo volumen de nuestra selección de los mejores vinos de pequeños productores de España, volvemos a recorrer bodegas que apuestan por lo esencial: el respeto al viñedo, la autenticidad y el trabajo bien hecho.


Cada una de estas bodegas representa un modelo diferente, pero todas comparten un mismo propósito: recuperar la conexión entre quien elabora y quien bebe, entre la tierra y la copa. Son proyectos con alma, donde la intervención es mínima, pero la intención es máxima. Vinos que no siguen tendencias, sino que marcan caminos propios.


Si en el primer volumen ya descubrimos la fuerza de lo pequeño, este segundo nos confirma que lo artesanal no es una moda, sino una manera de mirar y de vivir el vino. Un homenaje a quienes, desde lo local, están redefiniendo lo que significa hacer vino en España.





En un tranquilo rincón de la Ribera del Duero se encuentra Bodegas y Viñedos Gallego Zapatero. En Anguix, un pequeño pueblo de Burgos alejado de focos y titulares, esta bodega familiar ha construido un proyecto vinícola que respira autenticidad, compromiso con el entorno y una forma muy personal de entender el vino.


Todo empieza en el suelo. Las cerca de 20 hectáreas que cultivan en ecológico, a 810 metros de altitud, son el corazón del proyecto. Aquí el trabajo es artesanal y manual, con una idea clara: el vino nace en la viña. Cada poda, cada vendimia, cada pequeño gesto busca respetar la identidad del viñedo. Porque en Gallego Zapatero se escucha más a la tierra que a las modas.


Bajo la marca YOTUEL, los vinos de la bodega se dividen entre vinos de pueblo y vinos de finca. Los primeros, como YOTUEL Joven o YOTUEL Selección, ofrecen una visión amplia del carácter de Anguix: tintos con fruta viva, estructura amable y equilibrio natural. Los vinos de finca —Finca la Nava, Valdepalacios o San Miguel y la Garnacha— son otra historia: reflejan con precisión el alma de cada parcela, marcados por el suelo, la altitud y la orientación.


En Madrid, sus vinos se encuentran a través de ESDIVINO, un proyecto que conecta a pequeños productores con personas que buscan algo más en una copa. Aquí no hay artificio, solo historias contadas con vino.


Gallego Zapatero no necesita grandes palabras para dejar huella. Basta una copa para entender que aquí las cosas se hacen con calma, con manos cuidadosas y con la tierra como guía.






En el sureste español, donde el sol dibuja siluetas sobre suelos calizos y la historia del vino parece escrita en silencio, nace De Nariz. Un proyecto joven, pero con raíces profundas, que apuesta por rescatar viñas viejas de Monastrell y devolverles el protagonismo que nunca debieron perder. Detrás está Pedro Martínez, enólogo sensible y comprometido, que ha hecho de esta aventura su declaración de principios: dejar que el vino hable desde la tierra, sin artificios.


Viñedos en vaso, en secano, algunos a más de 900 metros de altitud, componen el paisaje que da origen a estos vinos. Parcelas pequeñas, recuperadas una a una, donde la mínima intervención es norma: fermentaciones espontáneas, crianzas comedidas y una atención casi obsesiva por el equilibrio entre potencia y elegancia.


Entre sus vinos más destacados está De Nariz Edición Limitada, un ensamblaje de distintas parcelas de Monastrell. Le sigue el Magnum Pedro Martínez, su vino más personal , donde cada año cuenta una historia, embotellada en formato Magnum. Terroir Pie Franco Yecla, un vino parcelario procedente de un viñedo irrepetible y el sorprendente Cava Monastrell Zero Dosage completan una gama que mira al origen con respeto y frescura.


La distribuidora ESDIVINO ha apostado por De Nariz como parte de su catálogo en exclusiva para Madrid. Con una selección centrada en vinos con alma, Damián García y Raquel Anento hacen posible que proyectos como este encuentren su público. Porque cuando el vino tiene algo verdadero que decir, siempre encuentra a quien lo escuche.






Todo comenzó con una intuición y mil botellas de cava. En 1985, un joven Josep Mitjans decidió que el vino debía ser algo más que una tradición familiar: debía ser una forma de vida. Así nació Loxarel, en Vilobí del Penedès, una bodega que hoy es sinónimo de compromiso con el entorno, innovación consciente y viticultura biodinámica.


Desde entonces, Josep —junto a Teresa Nin— ha liderado una revolución pausada que ha transformado la manera de entender el vino en el Penedès. Apostando por prácticas biodinámicas y vinificaciones naturales, Loxarel ha logrado conectar lo ancestral con lo contemporáneo. Sus vinos, elaborados con mínima intervención, hablan del paisaje, del clima y del alma de la finca.


Su Xarel·lo de ánfora, criado en barro, ofrece una expresión pura y mineral del territorio. A Pèl blanc, sin sulfitos añadidos, es libre y complejo, mientras que Refugi, un espumoso brut nature con largas crianzas, y A Pèl Ancestral, un pet-nat fresco y salino, completan una gama que sorprende por su autenticidad.


En Madrid, ESDIVINO —la distribuidora dirigida por Damián García y Raquel Anento que apuesta por pequeños productores con filosofía propia— es el puente perfecto entre Loxarel y los amantes del vino con historia. Desde su vinoteca en Aluche, acercan estos vinos honestos a quienes buscan algo más que técnica: emoción, verdad y un sorbo de paisaje. Porque cuando el vino nace del instinto y la tierra, no necesita adornos. Solo respeto.






Hay nombres que, más que firmar una etiqueta, suscriben una forma de entender el vino. Pablo Vidal es uno de esos nombres tan especiales. Figura clave en la enología gallega durante más de dos décadas, su carrera dio un giro cuando decidió dejar los despachos de la D.O. Ribeiro para volver al origen: la tierra, la vid y la elaboración artesanal. Así nació Pablo Vidal – Vinos con Personalidad, un proyecto que es tanto una reivindicación del pasado como una visión del futuro. Coherente con esa filosofía, su producción es reducida y muy cuidada: 15.000 de botellas al año entre todas sus referencias, numeradas una a una como testimonio de su carácter único.


Desde su creación, esta bodega ha apostado por recuperar variedades autóctonas y procesos ancestrales, combinándolos con una enología precisa y respetuosa. El resultado son vinos de guarda, maduros, expresivos y profundamente ligados al territorio gallego.


Su tinto Maldito, elaborado en Valdeorras, es un homenaje a la perseverancia: mencía, garnacha, sousón, brancellao y caiño se funden en un vino sabroso, complejo y premiado. Renacido, blanco de Ribeiro con treixadura, godello y albariño, destaca por su elegancia y untuosidad. Luxuria, desde Monterrei, eleva la godello con un trabajo delicado sobre lías. Y Rock & Roll, de Ribeira Sacra, ofrece un perfil fresco, vibrante y jugoso.


Para los amantes de lo inexplorado, los Big Bang (especialmente el Caiño Longo) abren la puerta a una Galicia profunda y auténtica, donde el vino cuenta historias olvidadas.


En la capital, es gracias a ESDIVINO que los vinos de Pablo Vidal han encontrado su espacio natural. En su vinoteca del barrio de Aluche, los vinos de Vidal se presentan como lo que son: piezas únicas que hablan de una Galicia profunda, diversa y llena de matices. Porque, como dice Vidal, sus vinos no solo se beben: se viven.






A pocos kilómetros de Zaragoza, entre cañones, viñedos ecológicos y una biodiversidad protegida, se encuentra Pago Aylés, una de las joyas enológicas más singulares de Aragón. Reconocida como Vino de Pago desde 2010 —la primera en la región y una de las diez primeras de España— esta finca histórica no solo presume de una categoría legal privilegiada, sino de una filosofía arraigada: hacer vino con identidad, paisaje y conciencia ecológica.


La historia de Aylés se remonta al siglo XII, cuando los monjes cistercienses comenzaron a cultivar estas tierras tras la reconquista de Alfonso I. Desde entonces, la vocación vitícola del lugar no ha dejado de latir. A finales del siglo XX, la familia Ramón Reula recuperó y unificó el histórico viñedo, sentando las bases de un proyecto que hoy se extiende sobre 3.200 hectáreas, 90 de ellas de cultivo ecológico.


Al frente del equipo técnico está Jorge Navascués, uno de los enólogos más reconocidos de España, cuya filosofía combina mínima intervención y máxima expresión varietal. Vinos como Cuesta del Herrero, Senda de Leñadores o el rosado L de Aylés destacan por su frescura, elegancia y carácter. La gama Unexpected y el exclusivo Pago 3 completan una propuesta coherente y vibrante.


En Madrid, los vinos de Aylés encuentran eco en los paladares más inquietos gracias a la labor de ESDIVINO, un proyecto que funciona como altavoz de bodegas con discurso propio. Aquí, cada vino se presenta como lo que es: una historia embotellada. Y Aylés, con su mezcla de rigor técnico, respeto medioambiental y raíces centenarias, tiene mucho que contar. Porque cuando el vino nace de un lugar real y de una filosofía clara, llega a ser una forma de entender la vida.





En el cruce de caminos entre Calatayud y Daroca, donde el monte bajo convive con la memoria del abandono rural, Pago de la Boticaria ha levantado un oasis de autenticidad. Fundada en 2008 por Pilar Herrero, esta bodega es mucho más que un proyecto enológico: es una declaración de amor al territorio, a sus viejas garnachas y a un ecosistema que se autorregula desde hace millones de años.


Sobre suelos cámbricos únicos, en altitudes extremas que rozan los 1.000 metros, Pilar ha logrado devolver la vida a un patrimonio vitícola que parecía condenado al olvido. Con una filosofía ecológica y de mínima intervención, su trabajo se basa en el respeto por la tierra y en un enfoque científico que ha permitido identificar una biodiversidad microbiana excepcional en los viñedos.


Trilo-Vites, su vino más emblemático, rinde homenaje a los fósiles que habitan el subsuelo. Garnacha vieja, fermentación espontánea y crianza en roble americano y húngaro se combinan en un tinto complejo, premiado y profundamente ligado a su origen. Junto a él, Viña Satoshi —tanto en su versión Red como en el sorprendente Orange de garnacha blanca— representa el cruce entre innovación, trazabilidad y respeto.


En Madrid, estos vinos encuentran su voz a través de ESDIVINO, que no solo los distribuye, sino que los comparte con quienes buscan autenticidad sin artificios de manera exclusiva. Porque en ESDIVINO no se trata de números, sino de vínculos. Y cuando el vino nace de la autenticidad, como el de Pilar Herrero, lo único que necesita es alguien dispuesto a escucharlo.





En una Ribera del Duero cada vez más industrializada, hay proyectos que apuestan por volver al origen. Uno de ellos es Vinos Rubén Ramos, una bodega joven nacida del trabajo de un viticultor que conoce la tierra como pocos. Desde Peñafiel, con el castillo como vigía y el Duero como guía, Rubén Ramos cultiva 14 hectáreas de viñedo propio y elabora vinos que hablan en voz baja, pero con verdad.


Rubén no viene del marketing ni de la inversión. Su camino es el del agricultor que entiende la viña como una extensión de sí mismo. Sus cepas de Tempranillo, cultivadas en suelos franco-arenosos con caliza activa, se manejan con podas tradicionales, vendimia manual y un profundo respeto por el ritmo natural de la planta. Nada se impone, todo se acompaña.


La bodega, situada junto al viñedo, combina funcionalidad y cercanía: vinificación artesanal, barricas bien elegidas, mínima intervención y una casa que acoge al visitante con la calidez de quien abre las puertas de su hogar.


Rubén Ramos Roble es fresco y frutal, con 8 meses en barrica. Rubén Ramos Crianza ofrece mayor profundidad, equilibrio y complejidad tras 16 meses de crianza. Vinos honestos, sin disfraces, que reflejan la tierra y el trabajo que hay detrás.


Su llegada a Madrid ha sido posible gracias a ESDIVINO, la distribuidora que apuesta por productores con alma. Con sensibilidad y cercanía, han integrado a Rubén en un catálogo que pone en valor el vino bien hecho. Porque en cada copa, se nota cuándo se hace con las manos... y con el corazón.

 


 
 
 
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