top of page

Los sitios donde “perder” el glamour en Madrid este verano (y disfrutarlo como un rey)

Actualizado: 27 ago


Terraza del Campo del Moro (Sitios perder el glamour en Madrid este verano 2025) - GastroMadrid (1)

Hay veranos que invitan al lujo: cócteles en azoteas relucientes, ceviches servidos con pinzas de oro, camareros que pronuncian la carta como si fuese poesía en francés. Pero este no es uno de esos veranos. Este es un verano de chanclas de goma, de rodillas pegadas a sillas de plástico, de servilletas de papel desbordadas en la mesa. Un verano para perder el glamour, sí, pero también para encontrar el verdadero sabor de Madrid. Porque cuando el asfalto arde y las terrazas finas se vacían de postureo, florece una ciudad distinta: auténtica, sudorosa y profundamente gozosa.


El verano madrileño, lejos de las pretensiones, revela una gastronomía más directa, más cálida —a veces literalmente—, y con mucho menos maquillaje. No hacen falta copas de balón ni panes de masa madre cuando una caña bien tirada, una ración de croquetas cremosas o un montado de lomo en pan candeal pueden salvarte el día. Y eso no quita que la experiencia sea memorable. De hecho, muchas veces lo es más. Porque cuando te manchas los dedos, cuando el camarero te llama “jefe” sin saber tu nombre, cuando la terraza huele a bronceador y fritura... ahí es donde ocurre la magia. Donde el paladar se relaja y el disfrute se vuelve total.


Así que si este agosto te quedas en Madrid, no te lamentes. Ni intentes replicar el lujo de la costa con falsas piscinas azules o gin tonics de 12 euros. Más bien, sigue el rastro de la croqueta que quema, la birra que refresca y los bares donde nadie juzga tu camiseta de tirantes. Este es el Madrid sin filtros, el que se disfruta sin pretensiones, donde el calor se combate con grasa y el glamour se deja en casa. Porque a veces, la mejor forma de vivir el verano es olvidarse de todo... salvo de comer como un rey.



El verdadero placer veraniego en Madrid empieza, curiosamente, cuando uno se permite bajar los estándares sin bajar el listón del sabor. Un buen ejemplo está en Vallecas, en locales como El Franva, donde la cocina suena como una promesa y las raciones son tan generosas como castizas: oreja a la plancha, caracoles, patatas bravas o panceta crujiente. Allí el tiempo se detiene entre vasos de tinto de verano y platos que huelen a infancia y a domingos de barrio. No hay música de fondo, solo el murmullo de conversaciones cruzadas y el golpeteo metálico de las cucharas.


Y si uno no quiere alejarse tanto del centro, todavía conserva rincones sin remilgos como el Rocablanca, donde las cañas son frías, las croquetas de jamón compiten con las de cocido, y la decoración parece sacada de una postal amarillenta de los años 80. Aquí no hay carta de vinos, pero sí vermut de grifo, y eso basta. Pez Tortilla sigue congregando multitudes incluso en agosto, con su fórmula infalible: tortillas jugosas y croquetas con sabores que van del curry al chipirón, servidas en barra sin protocolo alguno, mientras el sol pega de lleno en la plaza.


Los domingos, tras un paseo por El Rastro, es obligatorio abandonarse a la liturgia de la fritura. En calles como Embajadores o Ribera de Curtidores, el glamour se evapora entre el humo de las sardinas asadas, el crujido de los calamares a la romana y el desorden alegre de mesas cojas y platos compartidos sin pudor. Bar Santurce o el Bar Cruz son lugares donde la única etiqueta es la del botellín. La gente come de pie, grita con la boca llena y moja pan sin culpa. Y eso es precisamente lo que los hace inolvidables.



Si la nostalgia te tira más, Madrid también ofrece tabernas centenarias que siguen vivas gracias a su resistencia a los cambios. En Casa Labra, junto a Sol, los soldaditos de Pavía (bacalao rebozado) y las croquetas de bacalao son un anzuelo infalible. Pedir en la barra, esperar entre codazos, comer de pie apoyado en un barril… y sentirse parte de algo mayor. O en Bodegas Rosell, con su fachada de azulejos modernistas y su carta que rinde homenaje a los sabores fuertes: cecina, queso azul, jamón, pimientos asados. Aquí todo tiene carácter, incluso el camarero.


Y si lo tuyo es terraza, pero sin precios que asusten ni vistas con reserva previa, hay joyas inesperadas como la Terraza del Campo del Moro, donde se puede merendar frente al Palacio Real sin sentir que estás en un hotel de lujo. Sillas de metal, sombras agradecidas y bocadillos que no necesitan más que un refresco frío para convertirse en festín. O Nota Alta, en la azotea del hotel UMusic, donde los conciertos en vivo conviven con croquetas de calamar y pizzas sencillas. Hay vistas, sí, pero nadie te mira mal por llegar en pantalones cortos.


En definitiva, Madrid se desnuda en verano. Se quita las lentejuelas, se pone la camiseta vieja y baja a la calle a comer. Lo que parece una pérdida de glamour es, en realidad, un acto de sinceridad. No hay dress code, no hay protocolo, solo calor, hambre y ganas de pasarlo bien. Y en esa mezcla honesta, entre birras sudadas y croquetas imperfectas, se encuentra uno con la ciudad más sabrosa. Así que este agosto, ríndete: vete a la terraza que huele a bronceador, pide sin mirar la carta, mójate con la espuma de la caña… y come como un rey. Sin corona, pero con servilleta de papel.

 
 
 

Comentarios


bottom of page