Qué pedir si te invitan a una barbacoa en Somosaguas y no quieres parecer de Vallecas (o al revés)
- Irene S.
- 23 jul
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 28 jul

El verano madrileño no da tregua. Ni al termómetro, ni al postureo. Pasado el ecuador de julio y sus tardes eternas, aparece una institución social más castiza que los Sanfermines y más transversal que el reguetón: la barbacoa. Pero, cuidado, porque en Madrid las brasas también tienen clase. No es lo mismo un domingo de humo y panceta en un patio de Vallecas que una elegante reunión de diseño y carnes exóticas en una parcela de Somosaguas. Y aunque en ambas se coma con las manos y se sude por igual, el código no escrito que rige estos encuentros puede convertir una parrillada veraniega en una trampa mortal para tu autoestima culinaria.
Este artículo es una guía urgente, casi de supervivencia, para aquellos que este verano tengan que cruzar la frontera simbólica entre barrios, clases y costumbres. Porque sí, la barbacoa puede ser un acto de comunión, pero también una pasarela de identidades. Pedir lo incorrecto o confundir un chuletón de buey con un filete de lomo puede delatarte en segundos. Y aunque todos compartamos el mismo fuego, no todos hablamos el mismo idioma gastronómico. Hay diferencias sutiles —y no tanto— entre lo que se espera de ti en un jardín con césped artificial frente a una cochera con toldo de rayas.
En un tiempo donde las clases ya no se distinguen tanto por la ropa como por lo que llevan en el plato, conocer los códigos de cada tribu es tan importante como saber encender la barbacoa sin convertirte en meme. Así que, seas vallecano en territorio pijo o vecino de urbanización gourmet adentrándote en el Madrid castizo, aquí va tu salvavidas: una serie de pistas, pistas y frases clave para que no se note que no tienes ni idea, pero que sabes disimularlo muy bien.
Lo primero que debes saber es que en Somosaguas no hay barbacoa que se precie sin cortes de carne cuyo nombre suena más a estantería de Ikea que a filete: tomahawk, ribeye, secreto ibérico de montanera con certificación AENOR, picaña Angus del sur de Brasil. Aquí nadie pide morcilla ni pinchos morunos. Todo está curado, madurado, inyectado con vino tinto de autor o masajeado con mantequilla clarificada durante días. Si te dan una brocheta y no sabes qué lleva, pregunta por el origen del animal, no por el sabor. Si hay verduras, serán espárragos trigueros tamaño katana, calabacín en tiras con aceite de sésamo o setas shiitake traídas de Mercamadrid como si fueran trufas blancas. El vino no se sirve, se discute. Prepárate para oír hablar de maceraciones carbónicas, taninos domados y viñedos familiares en cuyas etiquetas nunca aparece la palabra "Rioja". No digas "vino tinto", di "Garnacha de suelo granítico".
Ahora, si eres de los que vienen de ese Madrid donde la barbacoa se enciende con pastillas de gasolina y la nevera está llena de Mahou, deberías saber que en Vallecas lo importante es que haya carne, mucha, y que esté bien hecha. No se espera de ti que sepas lo que es una maduración en seco, pero sí que no critiques la panceta por "grasa". Aquí se celebra la grasa, se honra. El chorizo suelta su jugo, la morcilla explota si hace falta y el churrasco viene a pares. Si se ofrece un filete, viene acompañado de chimichurri casero con ajo que repite hasta pasado mañana. No vengas preguntando si es sin gluten, no vengas con excusas. Come. Bebe. Calla. A nadie le importa que seas intolerante al gluten si estás delante de una parrilla humeante con una barra de pan al lado y un botellín en la mano. Si pides vino, será de brick o de oferta del Ahorramas, y no pasa nada: forma parte del encanto.
En una barbacoa de clase media real, nadie fotografía la comida antes de hincarle el diente. Aquí no hay filtros de Instagram, hay servilletas de papel dobladas a lo loco y platos de plástico con restos de ketchup y mostaza. Los niños corren alrededor del fuego, los perros ladran, alguien pone Camela en el altavoz, y a nadie se le ocurre decir que eso es "vulgar". Es auténtico. Y tú, que vienes de un barrio donde hasta los hielos tienen marca, harías bien en adaptarte. No preguntes si la carne está "demasiado hecha", no analices el punto de cocción, no critiques el pan industrial. Si ves una hamburguesa con tranchete, di gracias. Porque aquí el gouda vegano ni se nombra.
Y es que, al final, una barbacoa dice más de ti que tu currículum en LinkedIn. Lo que comes, lo que bebes y, sobre todo, lo que te atreves a pedir sin que se te note el temblor, es un pasaporte simbólico que revela de dónde vienes, qué sabes y si estás preparado para salir de tu burbuja gastronómica. Así que este verano, cuando te veas frente a unas brasas en terreno ajeno, recuerda: adapta tu pedido, baja tus expectativas o súbelas según el contexto, y, sobre todo, disfruta. Porque da igual si comes chistorra o costilla wagyu: lo importante es que la cerveza esté fría y nadie te mire raro al primer bocado. Aunque si te miran... Que sea con envidia.






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