Qué pedir según el factor de protección de tu crema solar
- Irene S.
- hace 2 días
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Actualizado: hace 1 día

El verano es esa estación que saca a relucir tanto el brillo de nuestra piel como las contradicciones de nuestra vida social. Uno se embadurna de crema con la fe de un creyente y la prisa de quien va tarde a la playa, extiende la toalla como si fuese un acto de conquista y, acto seguido, aparece la eterna pregunta: ¿qué beber para que la sensación de frescor no sea puro espejismo? Porque sí, el sol abrasa, el ventilador portátil se queda corto y el hielo en el vaso dura lo mismo que un chiringuito con Wi-Fi gratuito.
La bebida que elijas es tan decisiva como el número que figura en tu protector solar. Un tinto de verano puede darte la ilusión de estar en un anuncio de verbena, pero en realidad tu piel y tu hígado discuten entre sí quién se lleva la peor parte. Por otro lado, un gazpacho bien frío es la metáfora líquida de un factor de protección 50: sobrio, eficaz, sin tonterías. Entre medias, existe un terreno fértil donde conviven sangrías reinventadas con flor de saúco, aguas infusionadas con hierbas y frutas de colores instagramizables y hasta el ayran turco, que llega como outsider a la liga de los tragos estivales con su frescor salado y medicinal.
La idea es sencilla, pero brillante: beber según el grado de protección con el que decides enfrentarte al sol. No es ciencia exacta, pero sí un juego divertido para reírnos de nosotros mismos y, de paso, hacer que tu elección líquida tenga coherencia con tu plan de defensa solar. Porque si vas a ponerle un factor de protección 10 raquítico a tu piel en forma de crema, ¿qué sentido tiene hidratarte con un cóctel bomba? Y si te embadurnas con factor 50, ¿para qué arruinarlo con un mojito aguado que te deshidrata más rápido que un ventilador en el desierto?
Con un factor de protección bajo, digamos 10 o 15, entramos de lleno en el territorio de las bebidas que engañan. Sangría a litros con fruta cortada de hace tres horas, tinto de verano con gaseosa más dulce que la banda sonora de una telenovela, mojito improvisado con hierbabuena al borde de la jubilación. Todo sabe a fiesta, todo huele a verbena, pero en el fondo no son más que espejismos líquidos que nos hacen creer que estamos frescos cuando, en realidad, el sol nos está cociendo a fuego lento. El vaso sudado da una ilusión momentánea, como ese factor de protección 10 que uno se pone con optimismo para acabar con la nariz color gamba.
En un rango medio, con factor de protección 20 o 30, empiezan las decisiones sensatas pero sin perder la chispa. Aquí aparece la sangría reinventada por bartenders modernos, que cambian el brandy por licor de flor de saúco, o le añaden pomelo, hibisco o un chorro de soda artesanal. Más ligera, más cool, más de revista gastronómica que de chiringuito con manteles de plástico. En esta misma liga juegan las aguas infusionadas con frutas y hierbas —pepino, albahaca, sandía— y, por supuesto, el agua de coco, que se ha colado en la nevera española con la naturalidad de quien siempre estuvo ahí. Todas cumplen la función de hidratar sin engaños, aportando además ese toque saludable que pide a gritos la canícula madrileña.
Pero cuando hablamos de factor de protección 50 el asunto es de otra liga. Aquí el cuerpo pide hidratación en serio, bebidas con fundamento y cero margen para el postureo vacío. Agua fría, tan simple y tan esencial, se convierte en la diva discreta del verano. A su lado, el gazpacho: mucho más que sopa, un escudo isotónico cargado de vitaminas y sales minerales que hidrata mientras alimenta. Y la gran revelación de los últimos veranos, el ayran: yogur, agua y sal, sencillo y mágico, capaz de devolverle la vida a quien se siente derretido bajo el sol. Añádele menta o limón y de pronto parece un cóctel sofisticado, pero en el fondo es un remedio popular que resucita. A esta lista podemos sumar las bebidas artesanales locales, como la aloja de Valladolid o el refresco Clipper en Canarias, que refrescan tanto como recuerdan que no todo es cerveza industrial o cola azucarada.
Y cuidado con la trampa de los refrescos industriales o los zumos de bote: son al verano lo que un factor de protección 10 mal extendido es a la piel. Dan una falsa sensación de frescor, pero en realidad te deshidratan más que el propio sol. Igual que ese mojito barato con más azúcar que hielo, que a los cinco sorbos ya pide a gritos una botella de agua a su lado. No nos engañemos: la hidratación real está en lo simple y lo honesto.
La moraleja es clara: elige tus bebidas como eliges tu crema solar. Con cabeza, con estilo y con un poco de humor. Si te plantas en la arena con factor de protección bajo, acompáñalo con sangría o tinto de verano, pero recuerda que el frescor será más teatral que real. Si subes a un factor de protección medio, date el lujo de un agua de coco o una sangría creativa, que refrescan sin traicionar. Y si apuestas por el 50, entonces tu copa pide agua, gazpacho o ayran: opciones que hidratan, protegen y, además, te hacen sentir un poco más sabio que el resto de la playa. Porque no solo se trata de proteger tu piel de los rayos UV: también de proteger tu vaso de las malas decisiones líquidas.