Productos tan bonitos que podrían estar en Zara Home... ¡Pero son para devorar!
- Roberto Buscapé
- 25 ago
- 3 Min. de lectura

¿Y si el futuro del lifestyle no estuviese solo en la última vajilla de Zara Home, sino en una punta de chocolate o en un envase que parece escultura? En esta era en que lo visual y lo gourmet se dan la mano, abrimos la despensa y encontramos más que alimentos: pequeños objetos de deseo, piezas de diseño minimalista que desafían a la vista y estimulan al paladar.
La comida hoy no solo alimenta, sino que posa, compone y dialoga con nuestro entorno. Quiere luz tenue, sombra estratégica y un fondo neutro donde lucir su geometría impecable. Una galleta puede llegar disfrazada de objeto de arte conceptual; un snack, de accesorio de salón nórdico. El packaging minimalista ha tomado el relevo del barroquismo decorativo: es refinado, sobrio, dispuesto a asombrar antes del primer bocado.
Y así hemos salido a cazar nuestras marcas: productos que, sin querer, se confundirían con piezas de decoración chic, pero que milagrosamente, se comen. Aquí va nuestra selección —una cacería estilística para descubrir objetos comestibles que casi piden permiso para existir sobre una mesa de diseño, y que se ganan un aplauso al probarlos.
Pancracio es nuestra primera joya. Sus cajas blancas virginales, ribeteadas en negro y cerradas con cintas de algodón, tienen el aire sobrio de un cuaderno japonés de caligrafía o una caja de porcelana expuesta en una vitrina. Es difícil decidir si romper el silencio de esa estética o contemplarla en la mesa, como un objeto de diseño… hasta que abres la tapa y descubres ese interior donde bombones crujientes y fundentes juegan con texturas y sabores, un lujo visual que explota en la boca.
La siguiente pieza viene de una colaboración explosiva entre Carmencita y Marcos Tonda, diseñada por Ágatha Ruiz de la Prada. Un packaging pop-art en forma de estuche de especias y chocolates, lleno de geometría audaz y color vibrante: parece un lienzo contemporáneo listo para colgar en la pared. Al paladar, ese arte visual se traduce en intensidad pura: sales minerales, pimientas cítricas y chocolate oscuro que hacen que cada bocado sea tan memorable como el estuche que lo contiene.
Después, viajamos a Jaén con Pan de Olivo y sus regañás artesanas. Láminas delgadas y crujientes de pan con masa madre, aceites virgen extra, romero, ajonjolí... una sinfonía rústica contenida en envases sobrios. Un producto tan auténtico y visualmente limpio que podría exponerse en un diseño nórdico, y al morderlo, revela su fuerza: austeridad estética, expresión gustativa.
Castillo de Canena nos ofrece otra joya visual: botellas de aceite de oliva virgen extra, sobrias y elegantes, casi vitrinas de cristal para una sustancia dorada. Variedades como "Reserva Familiar" o "Primer Día de Cosecha" se presentan como piezas de museo minimalista —la etiqueta, la forma esbelta, la pureza visual—, aunque en la cata trascienden en sabor, terroir y sofisticación.
Cerramos con Brotalic, una startup de microbrotes frescos. Su packaging fue rediseñado con claridad visual y etiquetas limpias: transparencias que dejan ver el verde fresco, tipografía discreta, aire de calma botánica. Podría ser parte de un bodegón contemporáneo. Y al probar esos brotes, esa estética minimal se convierte en textura viva, sabor vegetal limpio, crujiente y sorprendente.
Lo que estas marcas tienen en común es que ensanchan lo efímero: el diseño que se come, que se bebe, que estalla en sabor y se esfuma, pero deja una huella indeleble en la memoria visual y gustativa. El "table styling"” no se conforma con flores o cerámica; ahora también cuida las botellas, envoltorios y cápsulas, convirtiendo cada alimento en una obra de arte viva. Aunque desaparezca con el primer bocado, queda el recuerdo de que la belleza, así sea efímera, se degusta con más pasión.






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