Los platos que solo tienen sentido si llevas más de una hora al sol
- Julián Acebes
- 21 ago.
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 22 ago.

El verano madrileño es un examen de resistencia: calles que hierven como planchas, asfalto que se pega a las sandalias y ese sol que no acaricia, sino que interroga con un foco policial. Pasar más de una hora bajo ese escenario significa que el cuerpo comienza a negociar contigo. Primero te roba las ganas de pensar, luego te hace sentir que cada músculo funciona a cámara lenta y, por último, te envía un mensaje inequívoco: "O me das algo fresco, o me planto". No hablamos de cualquier fresco: el agua helada calma, sí, pero no basta. Lo que uno ansía en ese momento es una experiencia comestible que devuelva color, chispa y dignidad a un cuerpo derretido.
Ahí entran en juego ciertos platos que parecen diseñados por los dioses del calor. Son fórmulas que mezclan frescura, ligereza y, de paso, un guiño de humor gastronómico: recetas que solo tienen sentido cuando llevas más de sesenta minutos tostándote y tu mente empieza a fantasear con piscinas infinitas. Porque una cosa es comer ligero en verano y otra muy distinta es sobrevivir con estilo cuando el mercurio marca números que rozan el insulto. En esa frontera, la creatividad culinaria no es capricho, sino salvación.
Y lo curioso es que esos platos no son un invento reciente, sino la suma de tradiciones que entendieron hace siglos lo que hoy sufrimos: que el calor puede ser cruel, pero también una excusa magnífica para reinventar la gastronomía. Desde las sopas frías que parecen bebidas disfrazadas, hasta los ceviches que concentran la brisa marina en un bocado, pasando por bebidas saladas que se viralizan en TikTok o polos que juegan a ser aperitivo helado, la carta es amplia y jugosa. Así que ajusta las gafas de sol y abre el apetito: aquí va un recorrido por esos manjares que solo alcanzan su sentido pleno cuando el sol aprieta de verdad.
El gazpacho es el salvavidas oficial del verano español, el comodín que se pide con la misma naturalidad que un vaso de agua, pero con la ventaja de que alimenta. Su mezcla de tomate, pepino, pimiento y aceite de oliva funciona como ducha interna. Versiones hay mil: desde la más clásica hasta las que coquetean con sandía o cerezas para añadir dulzor inesperado. Incluso hay quien lo convierte en sopa-smoothie para desayunar con un punto de sal. Otra alternativa igualmente eficaz es la ensalada canaria de aguacate y atún con vinagre macho: ligera, verde, mediterránea y con un punch ácido que devuelve el ánimo más rápido que un ventilador de sobremesa. El asadillo manchego, con sus pimientos asados y aliño contundente, también se mete en la misma liga de platos que refrescan sin pedir esfuerzo.
Si lo que apetece es mar sin playa, ahí brilla el ceviche. Es como darle un sorbo al océano a través de una cucharilla. Pescado blanco cortado en dados, cocinado por la acidez de los cítricos, con notas de lima, cilantro y picante justo: un reconstituyente instantáneo. El ceviche peruano es el canon, pero la versión nikkei que se sirve en algunos restaurantes madrileños convierte la mesa en un viaje relámpago a Lima con escala en Tokio. Y en esa misma liga de frescura está el empedrat catalán: ensalada de bacalao desmigado, judías blancas y verduras, un plato que combina proteína, fibra y frescura sin encender un solo fogón.
El verano, además, invita a beber distinto. No todo es cerveza clara con limón: el ayran, bebida turca que mezcla yogur, agua y sal, se ha convertido en estrella de redes sociales y en aliado inesperado contra la insolación. Su efecto es curioso: calma la sed, sacia y, a la vez, refresca más que cualquier refresco carbonatado. Ideal para esos momentos en que los labios saben a selfie sudorosa. Y si lo tuyo es lo lúdico, los polos o helados salados se han colado en la oferta de bares y cocinas caseras: helados de tomate, de gazpacho, de pepino con hierbabuena... Pequeños experimentos que funcionan como entremés helado. El sorbete de melón también merece mención: es fruta, es postre, pero sobre todo es un respiro que no pesa nada.
Al final, sobrevivir al calor tiene premio, y ese premio son estos platos que parecen creados para resucitar a los que se atreven a caminar bajo el sol ibérico en la temporada estival. La próxima vez que te sorprendas mirando con odio al termómetro, recuerda que hay un arsenal gastronómico esperando para convertir la tortura térmica en ritual veraniego. Porque comer bien no está reñido con sudar la camiseta: de hecho, es la mejor forma de celebrarlo.






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