Los platos que no deberías pedir en una primera cita (y los que sí)
- Roberto Buscapé
- 14 ago
- 3 Min. de lectura

La primera cita es como una coreografía improvisada: nervios, sonrisas que se estiran más de la cuenta y silencios que intentas rellenar con cualquier cosa menos un comentario desafortunado. Y, claro, ahí está el menú, mirándote fijamente, con sus tentaciones y sus trampas ocultas. En ese momento no solo estás eligiendo qué comer; estás diseñando la escena que tu cita recordará mañana… para bien o para mal.
No es lo mismo sonreír después de un bocado perfecto de sushi, con los labios intactos, que intentar mantener la dignidad mientras un espagueti con exceso de salsa decide hacer su última acrobacia sobre tu camisa blanca. Tampoco ayuda ese trozo de ajo rebelde que insiste en quedarse contigo toda la noche. La elección de tu plato puede ser la diferencia entre proyectar seguridad y estilo, o parecer que has llegado desde un concurso de comer costillas.
Así que sí, comer bien en una primera cita es un arte. No se trata de pedir lo más caro ni lo más raro, sino lo que te permita conversar, mantener la compostura y, de paso, dejar la puerta abierta a una segunda cita. Porque, créenos, un buen plato puede ser un aliado silencioso en el juego de la seducción, y uno malo… un villano con servilleta.
Qué evitar (o cómo no empezar con tortícolis culinaria)
Hay clásicos del desastre que, por mucho que los ames, conviene dejar para otra ocasión. Los espaguetis, por ejemplo, son el equivalente culinario a un salto mortal sin red: cada bocado es una amenaza de salpicadura, y la combinación de tenedor, cuchara y conversación fluida rara vez sale bien. El ramen es igual de traicionero; ese caldo humeante y resbaladizo exige tanta concentración que es imposible mantener la mirada coqueta sin riesgo de un "slurp" desafortunado. También están las sopas o guisos espesos, que no solo calientan el estómago, sino también el ambiente… a base de derrames y sorbos poco glamurosos.
Luego tenemos los ingredientes que trabajan en tu contra: ajo, cebolla cruda, coles y legumbres que pueden provocar conciertos intestinales dignos de una orquesta experimental. Y ojo con las frituras más grasientas; pueden dejar tus dedos brillando como bolas de discoteca. El capítulo "finger food" también merece mención especial: alitas, costillas, tacos rebosantes o montaditos que se desarman a la primera mordida. Comerlos en una cita es como presentarte en una entrevista con una camiseta de pijama: cómodo, sí, pero no es el momento ni el lugar.
Qué pedir (o cómo convertir tu plato en tu arma secreta)
La estrategia está en elegir platos que te permitan comer con elegancia, sin distracciones de servilleta o maniobras complicadas. Una pasta de bocado como penne o farfalle es ideal: sabrosa, fácil de manejar y sin riesgo de convertirte en lienzo para la salsa. El sushi, siempre que a ambos os apetezca, suma puntos de estilo: se come en porciones pequeñas, no mancha y hasta el ritual de los palillos puede ser parte de la complicidad. Si prefieres compartir, unas tapas bien seleccionadas —ni muy aceitosas ni demasiado líquidas— mantienen el ritmo de la conversación y ofrecen variedad sin estrés.
Los arroces cremosos tipo risotto son un acierto seguro: se adhieren al tenedor, son reconfortantes y no requieren contorsiones. En el terreno de los principales, un pescado delicado como el salmón o una carne tierna como el filet mignon son refinados y ligeros, perfectos para no acabar con la sensación de necesitar una siesta. Incluso opciones sencillas como quesadillas bien compactas, wraps discretos o un postre en formato individual —un helado, una tarta fina— pueden cerrar la noche con una nota dulce y sin riesgo de mancharte… más allá de las sonrisas.






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