Los platos más citados en canciones españolas y dónde comerlos en Madrid
- Irene S.
- 20 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 15 sept

© Malacatín
La música y la comida tienen un pacto secreto: ambas despiertan recuerdos con una facilidad asombrosa. Una melodía puede transportarte a una sobremesa familiar, a un verano de verbena o a la barra de un bar donde la tortilla humea mientras suenan los acordes de una guitarra. Y, del mismo modo, un plato puede traer a la boca canciones que nunca olvidamos. En Madrid, esa conexión se multiplica: la ciudad es escenario de conciertos improvisados en cada esquina y a la vez, refugio de recetas que parecen compuestas a fuego lento, como un bolero.
Las letras de muchas canciones españolas esconden guiños gastronómicos que, aunque sencillos, son profundamente evocadores. Se habla de cocidos que perfuman la memoria de infancia, de paellas que encienden fiestas, de panes con aceite y sal que saben a verdad desnuda. La cultura popular, entre acordes de rumba, copla o electrónica noventera, nos recuerda que la cocina no solo se come: también se canta. Y en ese cruce, los platos se convierten en estribillos que nos persiguen.
Madrid, que presume de cocido, de plazas con bocadillos de calamares y de tabernas que son casi templos musicales, se presta como un mapa perfecto para recorrer este diálogo entre canción y cuchara. Porque al final, si cada barrio tiene su himno, también guarda un guiso, un pan, un arroz que lo define. Aquí proponemos un paseo donde la música nos marca el compás y la gastronomía pone el sabor.
La primera parada la dicta el clásico "Cocidito madrileño", aquella copla de Manolo Escobar que convirtió el guiso de garbanzos en materia de canción popular. La letra, casi como una receta cantada, repicaba en las buhardillas recordando el calor del hogar y las cucharas humeantes. El cocido madrileño, con sus tres vuelcos de sopa, garbanzos y viandas, sigue siendo hoy la melodía más fiel de la capital. Y para probarlo nada como dejarse caer por La Bola, donde se cuece lentamente en pucheros de barro individuales, o por Malacatín, taberna centenaria en La Latina que lo sirve con generosidad casi orquestal. Para quienes prefieren repetir compases, existe incluso un bufé en la Preciados 33 donde el cocido se acompaña de paella, todo al ritmo de cuchara y tenedor sin límite.
De los sonidos de la copla saltamos a la electrónica frenética de Chimo Bayo, que en su "Himno de la paella" convirtió arroz, fuego y leña en mantra bailable. La paella, con su imagen de domingos soleados y reuniones multitudinarias, se ha colado en la cultura pop como símbolo de celebración. Aunque de origen valenciano, en Madrid hay templos donde se respeta con devoción: Samm, una arrocería que lleva más de cuarenta años bordando el punto del arroz, o La Barraca, fundada en los años treinta por dos hermanos valencianos que quisieron traer el Mediterráneo a la capital. Allí, cada cucharada sabe a estribillo largo y brillante, como un sintetizador que se repite hasta el éxtasis.
Más intimista y delicada es la evocación de Blaumut en "Pa amb oli i sal", esa canción que celebra el desayuno humilde de pan con aceite y sal, vestido de sencillez y verdad. El pan crujiente, el aceite virgen y un pellizco de sal son suficientes para construir un himno a la austeridad sabrosa que tantas mesas españolas han celebrado. En Madrid, donde el pan artesano vive un renacimiento, merece la pena acercarse a El Horno de Babette, referente del buen hacer panadero, o al Obrador San Francisco, en La Latina, donde la masa madre y las largas fermentaciones devuelven al pan la dignidad de los clásicos de toda la vida. Con un buen aceite y una pizca de sal gorda, se convierte en la canción más breve y sincera que uno puede escuchar.
Al final, lo que estas canciones nos recuerdan es que la gastronomía y la música son lenguajes paralelos: ambos se memorizan con el cuerpo, ambos se transmiten de generación en generación y ambos despiertan un sentimiento que va más allá de lo racional. El cocido es un bolero, la paella es un techno mediterráneo y el pan con aceite es un susurro folk. Madrid nos invita a escucharlos con el oído y con el paladar, porque cuando un plato se convierte en canción ya no se olvida nunca.






.jpg)






Comentarios