top of page

Los mejores platos para llorar en silencio si te han dejado este verano

Actualizado: 16 sept


Mejores platos si te han dejado este verano 2025 (Planazos GM) - GastroMadrid (1)

El sol de septiembre aún se resiste a abandonar del todo la ciudad. Los días se alargan lo justo para recordar que el verano todavía tiene un hilo de voz, pero ya no promete tanto como en julio. Es un mes ambiguo: tardes tibias, mañanas con aire fresco, noches que empiezan a pedir manga larga. Y también, para algunos, un tiempo en el que el vacío pesa más: la persona que caminaba a tu lado ya no está, el mensaje diario se ha convertido en silencio, las risas compartidas flotan ahora como un eco que duele. Septiembre puede ser hermoso, pero también cruel.


En ese desgarro discreto que deja una ruptura estival, cuando uno quiere sostener las lágrimas sin exhibirlas, la comida se convierte en refugio. No hablamos de manjares sofisticados ni de presentaciones fotogénicas, sino de platos que saben a casa, a abrazo, a tiempo detenido. Alimentos que no te exigen conversación, solo que los recibas despacio, que permitas que su calor o su dulzura se mezclen con tu tristeza hasta volverla más soportable. Comer, en este estado, es casi un acto de ternura propia.


Porque lo cierto es que hay sabores que acompañan mejor la melancolía: texturas que arropan, aromas que abren la memoria, dulzores que cierran las heridas de forma provisional. En septiembre, cuando el cuerpo ya pide cierta densidad, cuando la nostalgia del verano reciente se junta con el vértigo del otoño, hay cinco platos que saben ser bálsamo. Ellos no borran la pena, pero ofrecen un respiro, una tregua suave que ayuda a llorar sin prisa y, poco a poco, a recomponerse.



Cuando las lágrimas insisten en quedarse, una crema de calabaza con un toque de jengibre resulta casi medicinal. El dulzor natural de la calabaza se funde con el picor suave del jengibre, creando un contraste que calienta la garganta y abre un espacio interior donde el dolor puede reposar. La textura aterciopelada, densa pero ligera, se desliza como si arropase desde dentro. Es un plato que sabe a otoño temprano, a mantas dobladas, a tardes que ya huelen a hojas secas.


Otra opción es un guiso de lentejas estofadas lentamente, con su caldo espeso y el perfume de laurel. Cada cucharada tiene un ritmo pausado, invita a la lentitud, a respirar. Las legumbres tiernas, la patata que se deshace, la zanahoria que conserva un dulzor mínimo: todo en este plato es resistencia y ternura. Cuando la pena aprieta el pecho, su contundencia nutre sin exigir, como si una parte de ti recordara que todavía hay sustento incluso en la tristeza.


El pan recién horneado con mantequilla que se derrite es quizás el gesto más sencillo y a la vez más conmovedor. La corteza crujiente al romperse, la miga caliente que humea, la mantequilla que se funde poco a poco y deja un brillo dorado: no hace falta más para sentirte acompañado. Es un alimento básico, primitivo casi, pero justamente por eso reconforta. Porque cuando uno está roto, lo simple se agradece más que lo grandioso.



Para el corazón que busca dulzura, nada como un flan casero de huevo con caramelo líquido. La cuchara atraviesa su superficie brillante y se hunde en una textura que oscila entre la firmeza y la suavidad. El caramelo deja un regusto amargo que equilibra el dulzor, como recordándote que no todo es dolor ni todo es miel. Comerlo despacio, casi con solemnidad, tiene algo de ritual: cada bocado parece decirte que sigues aquí, que mereces ternura.


Y cuando el silencio se vuelve demasiado, un chocolate caliente espeso con una rebanada de bizcocho casero puede ser la mejor compañía. Sujetar la taza entre las manos templadas, aspirar ese aroma denso, hundir el bizcocho y dejar que empape hasta casi deshacerse… es un acto íntimo, casi infantil, pero profundamente sanador. El cacao, con su mezcla de amargor y dulzura, ofrece un alivio emocional que ninguna palabra logra. Es el broche perfecto para una tarde de lágrimas discretas.


Llorar en silencio no es un fracaso, es una forma de liberar lo que pesa. Y si bien nadie puede comer por ti, cada plato puede ofrecerte un respiro. La crema cálida, el guiso paciente, el pan recién horneado, el flan suave, el chocolate humeante: todos son gestos de consuelo. Al final, quizá la tristeza siga ahí, pero menos áspera, más acompañada. Y ese es ya un pequeño milagro.

Comentarios


bottom of page