Ni minimalismo ni blanco puro: la fiebre de las vajillas en Madrid
- Irene S.
- hace 3 días
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Hay quien cree que la vajilla es un asunto menor: un simple soporte, una especie de escenario silencioso donde los verdaderos protagonistas son los alimentos. ¡Error! Lo que ponemos bajo la cuchara o el tenedor habla tanto de nosotros como lo que servimos encima. En los últimos años, las vajillas han dejado de ser meramente funcionales para convertirse en declaraciones estéticas, banderas visuales de personalidad. Ya no vale el plato blanco de la abuela: ahora queremos un toque de color, un guiño irónico, un estampado tropical que haga sonreír al comensal antes incluso de probar la comida.
Madrid, que siempre ha sabido equilibrar tradición y vanguardia, también se ha convertido en laboratorio de vajillas extravagantes, kitsch y orgullosamente horteras. En la capital encontramos talleres de cerámica donde se pintan frases motivacionales con caligrafía refinada, tiendas que rescatan refranes de madre para colocarlos en un plato de postre, espacios donde el dorado barroco convive con el estampado animal print. Y es que lo atrevido, bien entendido, no es falta de gusto: es exceso, teatralidad, desparpajo. Una sobremesa con este tipo de piezas es un espectáculo en sí misma.
Hemos recorrido algunos de los lugares más peculiares de Madrid donde encontrar vajillas capaces de provocar carcajadas, suspensos de incredulidad o selfies espontáneos en plena comida. Desde frases que parecen sacadas de un diario adolescente hasta fuentes que recuerdan a los trofeos de feria, pasando por cerámicas artesanales que juegan con imperfecciones doradas o animales que se pasean por el borde del plato, estas piezas son la prueba de que el humor y el exceso también se sirven en mesa. A continuación, un recorrido por lo más divertido y atrevido del menaje madrileño.
En el taller de Vajillas by Nuria Blanco, en Carabanchel, uno puede toparse con la colección “Love Messages”: platos pintados a mano con frases románticas que parecen susurrar mientras desayunas. Es el contraste delicioso entre la delicadeza de la cerámica artesanal y expresiones que, con su aire cursi, hacen sonreír: “I think of you”, “Love will keep us together”… Un croissant de mantequilla sobre un plato que te dice “You Are different” convierte el desayuno en un sketch de comedia romántica. Pasamos de la ternura anglosajona al desparpajo castizo en Chichinabo Inc, en Chamberí, donde las colecciones de vajillas rescatan imágenes populares o escenas de bares de toda la vida. Aquí el humor es explícito: una taza que sentencia “No me llames señora” o uno que ilustra una carta de “sandwichs”. El resultado es un festín visual donde la ironía se come a bocados, perfecto para tapas, cañas y risas compartidas.
Más sofisticado, pero igualmente excesivo es el mundo de Bos & Wife, en Príncipe de Vergara, donde la porcelana blanca se convierte en lienzo para personalizaciones extremas: escudos personalizados, iniciales enmarcadas en filos dorados, animales observándote mientras partes un filete. Hay algo deliciosamente anacrónico en esta propuesta, como si en plena cena moderna se colara el eco de un banquete nobiliario con tintes de culebrón. Y si lo tuyo es lo artesanal, pero no por ello lo sobrio, las Vajillas de Ultramar ofrecen piezas únicas que juegan con texturas, esmaltes dorados gruesos y estampados imposibles como el animal print sobre cerámica. Aquí la imperfección es virtud: cada plato parece tener una historia propia, como un objeto hallado en un bazar de ultramarinos barrocos.
¿Cómo sobrevivir a tanto exceso sin que la mesa parezca desfile de carnaval? La clave está en combinar con inteligencia: un mantel neutro, cubiertos discretos, servilletas blancas que dejen el protagonismo a la vajilla. Un plato con frases motivacionales gana puntos si lo rodeas de compañeros más sobrios; una fuente dorada brilla más sobre un fondo claro. Mezclar se puede, pero con medida: lo ideal es que una pieza sea la estrella y las demás actúen de coro. Eso sí, un exceso buscado y celebrado nunca está mal, porque el kitsch tiene un poder liberador: convierte cualquier comida en fiesta.
Al final, lo que nos atrae de estas vajillas no es solo la risa o la sorpresa, sino la autenticidad. Lo “bello oficial” ya lo tenemos en los catálogos de decoración: platos minimalistas, blancos, pulcros, perfectos. Pero lo atrevido, en su exceso juguetón, nos devuelve la alegría de lo inesperado, el derecho a no tomarnos tan en serio ni la cocina ni la vida. Poner un plato con calaveras mexicanas para servir una sopa de calabaza no es un error: es una declaración de intenciones, un “aquí se come con humor”. Porque si en Madrid celebramos el barullo, el chotis y la verbena, ¿por qué no íbamos a celebrar también las vajillas más atrevidas y divertidas?
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