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Dónde comer ramen en Madrid sin parecer que sigues modas


Yokaloka (Dónde comer ramen Madrid 2025) - GastroMadrid (2)

Hay una sospecha que flota en el aire —y en las stories— cada vez que se abre un nuevo local de ramen en Madrid: ¿Comemos fideos o tendencias? Las colas kilométricas, los boles coronados con flores comestibles y el inevitable plano cenital de Instagram han convertido a este plato de origen humilde en objeto de culto fotográfico. Pero el ramen, en su esencia, no nació para posar. Nació para reconfortar, para equilibrar grasa y umami con una cucharada de caldo humeante en una barra donde el tiempo se mide por la cocción del fideo, no por la cantidad de likes.


Entender un buen ramen es entender su arquitectura: un caldo que respira —ya sea tonkotsu, shōyu, shio o miso—, un tare que define la personalidad del bol, un fideo que ofrece resistencia al diente, un aroma oil que perfuma sin saturar y unos toppings que acompañan sin robar protagonismo. Nada de montañas imposibles de chāshū ni huevos que parecen esculturas. Aquí la clave es el equilibrio, no la exuberancia.


Y por suerte, Madrid tiene ya varios templos discretos donde se respeta esa liturgia sin convertirla en espectáculo. Sitios donde el caldo se cuece doce horas, el cocinero te pregunta cómo prefieres el punto del fideo y nadie se inmuta si sorbes con entusiasmo. No son los más fotografiados, pero son los que mantienen el alma caliente.




Yokaloka

En Yokaloka llevan años sirviendo un tonkotsu serio, sin atajos ni maquillaje. Su caldo de cerdo, untuoso, pero limpio, se sostiene sobre un tare de soja sobrio y fideos con la firmeza justa. Es el tipo de ramen que te recuerda que lo esencial no necesita presentación. Si lo acompañas con un ajitama bien marinado y un par de láminas de chāshū, tienes un bol redondo. Aquí, más que pedir, se escucha: el silencio de quienes están ocupados sorbiendo.





Komainu

En Komainu el ramen es casi un manifiesto de sobriedad nipona. Fideos hechos en casa, tare calibrado con precisión y un aroma oil que deja rastro sin invadir. Su shōyu ramen es la prueba de que la sutileza también reconforta: caldo claro, notas de ajo negro, menma con textura y un equilibrio salino que no pide protagonismo. El ambiente invita a concentrarse en lo que hay en el bol, no en lo que ocurre en las pantallas.




Kotsu x Kotsu

Kotsu x Kotsu apuesta por versiones de invierno que abrazan. Su miso ramen, con un punto especiado y un caldo que recuerda al tuétano sin resultar pesado, demuestra que el calor también puede ser elegante. Aquí el fideo llega siempre al dente y el aceite de cerdo se usa con prudencia, sin empapar. Comer allí es un acto casi meditativo: no hay espectáculo, solo vapor y cuchara.




Kagura

EY en el local original de Kagura aún se respira respeto por la tradición. El tonkotsu sigue siendo su bandera, con un punto de densidad que pide sorber sin timidez. Los toppings, bien medidos; el tare, sin dulzor impostado; y ese gesto del cocinero que asiente al verte acabar el caldo, como diciendo “ya lo has entendido”.

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