Bodega Punta de Flecha: resistencia y vanguardia en el viñedo del suroeste madrileño
- Irene S.
- 21 may
- 3 Min. de lectura

En un rincón casi olvidado de la Comunidad de Madrid, donde la historia del vino parecía destinada al silencio, una bodega ha decidido escribir su propio relato. Punta de Flecha nace en 2009 en Serranillos del Valle con una misión clara: preservar y dar continuidad al último vestigio vinícola de una tierra que la presión urbanística ha transformado radicalmente. Hoy, más de una década después, este proyecto no solo ha rescatado el viñedo original plantado en 1940, sino que ha tejido una red de viñas centenarias en el suroeste madrileño y el norte de Toledo, revalorizando el pasado desde una visión profundamente respetuosa con la tierra.
La historia de Punta de Flecha comienza como un acto de resistencia. Frente a la expansión imparable del urbanismo, la familia fundadora decidió proteger el último viñedo de Serranillos del Valle. Plantado en 1940, poco después de la Guerra Civil, y a pie franco, este viñedo de Garnacha representa no solo una herencia familiar, sino también un patrimonio histórico de valor incalculable. Desde entonces, el proyecto ha ido incorporando parcelas en pueblos cercanos como Batres, El Álamo, Navalcarnero y Carranque, configurando un mapa de viñedos que comparten una misma filosofía: respeto absoluto por la vid, el entorno y los tiempos que marca la naturaleza.
El modelo de trabajo de Punta de Flecha se aleja de la producción masiva y se acerca a una agricultura íntima, casi artesanal. Cada viña es tratada como un ser vivo con su propia personalidad. La gestión del viñedo se basa en la observación sistemática y el uso de preparados naturales —decocciones de ortiga, caléndula, cola de caballo y manzanilla— recolectadas en el entorno inmediato. No se utilizan agroquímicos ni tratamientos invasivos. Esta viticultura consciente y regenerativa permite que las viñas, muchas de ellas con más de 60 años, expresen todo su potencial en cada vendimia.
En la bodega, el enfoque es igualmente minimalista. Cada parcela se vinifica por separado con levaduras autóctonas, respetando la identidad microbiológica del viñedo. No se emplea química enológica, ni se interviene más allá de lo necesario. El resultado es puro zumo de uva, transformado en vino por la propia naturaleza. Un vino que habla de su tierra, de su clima y de su historia.
Cada una de las parcelas de Punta de Flecha tiene una historia que contar. En Batres, una Garnacha en secano y con más de 60 años de edad da origen a Vinoleta, un rosado de singular elegancia. En Carranque, una viña de Garnacha plantada en 1958 ofrece las uvas para 13 Puntas, un tinto vibrante de maceración carbónica, y para Lacarmela, una Garnacha más compleja que reposa en roble americano durante 12 meses..
Navalcarnero aporta diversidad con una viña de Malvar de 1960, cultivada en suelos arenosos junto al río Guadarrama. De ahí nacen vinos como Mantua, un blanco con crianza en barrica francesa, y Atel, elaborado con Moscatel de grano menudo bajo velo de flor y envejecido durante tres años antes de su embotellado.
Pero si hay un viñedo que resume la esencia del proyecto es el de Serranillos del Valle. Esta parcela de Garnacha, plantada en 1940, da origen a Punta de Flecha, el vino que lleva el nombre de la bodega. Fermentado durante más de 30 días con pieles y un 15% de raspón, y criado en roble americano durante 11 meses, es un tinto profundo, complejo y lleno de identidad.
La gama de vinos de Punta de Flecha es tan diversa como sus parcelas. Desde blancos frescos y vivos hasta tintos intensos y complejos, cada botella es un relato embotellado. LUBA, por ejemplo, es un Malvar de El Álamo vinificado en tinajas de barro centenarias y criado en botella durante seis meses. Su versión más radical, VELO DE LUBA, envejece durante nueve meses bajo velo de flor, al estilo jerezano, en tinajas.
Las Madres, un vino blanco oxidativo elaborado al estilo tradicional del sur de Madrid, fermenta con sus pieles durante 180 días antes de extraer solo el corazón del vino. Una joya para entendidos y curiosos.
El recorrido de Punta de Flecha no estaría completo sin mencionar su conexión con ESDIVINO, la distribuidora madrileña que apuesta decididamente por los pequeños productores. Nacida de la unión entre el sumiller Damián García y Raquel Anento, ESDIVINO se ha consolidado como una de las distribuidoras más comprometidas con el vino artesanal y de cercanía.
Gracias a la labor de ESDIVINO, estos vinos llegan hoy a mesas y copas que saben apreciar no solo el sabor, sino también la historia y el corazón que hay detrás de cada botella. Una bodega imprescindible para todo amante del vino que quiera descubrir lo que ocurre cuando la tradición se convierte en una forma de rebeldía.
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